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Cementerio Libre de Circasia

Cementerio Libre de Circasia: Monumento a la Libertad, la Tolerancia y el Amor

Discurso de Braulio Botero Londoño en la conmemoración de los 50 años del Cementerio Libre de Circasia


Lamento que mis modestas capacidades oratorias no me permitan expresar toda la emoción que me causa esta espléndida fiesta del espíritu.


Me propongo un somero recuento de lo que en mi sentir representa esta obra, que más que un panteón laico, es un auténtico monumento a la libertad y al amor.


PRIMERA ETAPA

Fue por allá en la década de los años veinte, justamente cuando las libertades estaban amordazadas y no era permitido sino pensar de rodillas, para obtener la venia del clero y de los caciques, cuando un grupo de personas acordamos la fundación del Cementerio Libre. Acogimos con entusiasmo el calificativo de “Libre”, calificativo que empleó el general Benjamín Herrera para la universidad y que en Circasia también empleamos para el colegio que fundamos en 1.928 y que tanto brillo le ha dado a la cultura.


Llegaban a tales extremos las exageraciones por aquellas épocas que imperaba el sectarismo, el fanatismo y el despotismo, que se ocurrieron repetidos casos de negar sepultura a los cadáveres porque no habían cumplido con los requisitos religiosos. Levaban a la cárcel a personas que habían sepultado a sus seres queridos fuera de los cementerios que entonces funcionaban bajo la exclusiva dirección de la curia.


Nuestra idea despertó rápidamente interés y fue así como don Miguel Botero Bernal ofreció gratuitamente los terrenos para acometer esta empresa. Debo también mencionar el decidido apoyo que le ofrecieron a la iniciativa los distinguidos ingenieros Juan de Dios Villegas, Manuel Buriticá y Antonio Schieferl. Me haría interminable si tratara de mencionar todas las personas que acogieron con entusiasmo la idea. Julio Echavarría Lince, Guillermo Echeverri, Enrique Londoño y muchos otros, emulaban por llevar adelante la obra.


Pero debo destacar con alborozo y entusiasmo la participación femenina. Centenares de señoras, señoritas y niñas colaboraban entusiastamente en bazares para recolectar fondos destinados a la construcción de muros y verjas. De la misma manera emulaban en convites realizados para el movimiento de la tierra, indispensable para la explanación del terreno. Sea la oportunidad de expresar un emocionado saludo de gratitud y admiración a la mujer circasiana y quindiana en general, sin cuya participación no hubiera sido posible la culminación de este monumento.


Cuando realizamos el primer convite, por allá en el año veintiocho, para iniciar la explanación de los terrenos, tronaron los púlpitos en el Quindío lanzando excomuniones para todas las personas que participaran en aquellos actos sacrílegos. Ocho días después realizamos el segundo convite al cual se multiplicaron los asistentes, hombres y mujeres de todas las edades y de todas las condiciones sociales. Como eras de esperarse, se repitieron con mayor furia las excomuniones. ¿Qué siguió entonces? ¡Orden de captura para quienes estábamos comprometidos en actos que atentaban contra la religión! Varios pagamos con cárcel nuestro atrevimiento y nuestro desafuero.


Pero mientras tanto, nuestro proyecto seguía adelante. Principiamos a recibir voces de aliento de personalidades ilustres que desde diferentes lugares aplaudían nuestra iniciativa. Entre muchos otros, recordamos a los doctores Antonio José Restrepo, Darío Echandía, Roberto Botero Saldarriaga, Santiago Londoño, Jesús Antonio Cardona, Santiago Gutiérrez Ángel, Benjamín J. Marín, Mariano Jaramillo y Carlos Restrepo Piedrahita. Con tal valioso estímulo seguimos adelante. Nuestras precarias condiciones económicas no nos permitían adelantar la obra con la celeridad que deseábamos, pues era necesario reunir centavo a centavo entre gentes paupérrimas económicamente.


Vino el año treinta y con él unos nuevos aires de libertad para Colombia. Fue así como logramos la culminación de nuestra obra con la participación y el aplauso de la Cámara de Representantes, la Asamblea Departamental del Antiguo Caldas y la mayoría de los concejos municipales del departamento. Desde antes de inaugurarlo ya se habían sepultado en el panteón decenas de cadáveres, el primero, el de Enrique Londoño, uno de los fundadores. Quedamos complacidos con la culminación de nuestra obra.


Vino después el gobierno del 34 al 38, dirigido por el doctor Alfonso López Pumarejo, el gobierno más brillante que ha tenido Colombia a lo largo de su historia, cuando la libertad estuvo más de moda y cuando las cuestiones sociales se analizaron con honda repercusión. Esa revolución en Marcha perdurará como un faro luminoso en la historia colombiana. Hasta aquí, cumplida la primera etapa de nuestro panteón laico, en forma que la podríamos calificar de exitosa. Parece que bajo este monumento hubieran quedado sepultados el fanatismo, el sectarismos, el despotismo y el odio y que en cambio hubieran resurgido vigorosos la libertad y el amor. No era raro que después del año 38, ilustres sacerdotes copiar máximas de Marx y de Lenin para practicarlas y predicarlas a sus feligreses.


SEGUNDA ETAPA

Siguiendo la historia, viene ahora la segunda parte de la vida y milagros de nuestro monumento, esta vez tremendamente melancólica.


Se inicia la década de los años cincuenta y regresa el despotismo y la barbarie a nuestro país. Los bárbaros se dedican a segar cabezas de quienes no están de acuerdo con sus ideas y más brutalmente aún a despedazar estatuas, bustos y toda clase de monumentos, a lo largo y a lo ancho del país. Nuestro panteón fue víctima de esta melancólica y tremenda hazaña. Derribaron monumentos ,muros y rejas y entre estos destrozaron el busto del doctor Antonio José Restrepo, primorosa obra de arte que había sido reconstruida por el maestro José Domingo Rodríguez y justamente elogiada por la crítica.


A finales de esta década tormentosa regresaba de Suiza a donde me había refugiado voluntariamente. Ya principiaba a cesar la tormenta y se dibujaban en el horizonte colombiano perspectivas diferentes. Nuestro panteón estaba destrozado y profanado en forma miserable. Muchas personas habían llevado a los restos de sus seres queridos a otras ciudades, a la manera de protesta contra tanta infamia.


Se inicia la década de los sesenta, ahora como en el treinta con perspectivas de esperanza y seguramente, por el influjo de la revolución tecnológica que se ha operado en este planeta, el ambiente se ofrece prometedor. El clero ya no tiene el predomino de antes y el fanatismo y el sectarismo principian a ceder a la justicia y a la bondad.


TERCERA ETAPA

Viene ahora la tercera etapa de nuestro panteón laico. En un principio pensamos que no valía la pena su reconstrucción, no sólo por lo costosa cuanto por lo inoficiosa, pues ya a los cementerios colombianos les había llegado aires de civilización y las puertas estaban abiertas para los cadáveres de personas de todas las religiones y también para los libre pensadores.


¿Qué ocurre entonces? Volvemos a repasar sobre nuestros archivos las ocurrencias de la década de los años veinte, con sus excomuniones, sus carcelazos, sus peripecias todas. Cuando estudiábamos estos archivos recibimos una comunicación de la curia de Armenia en que se nos ordenaba terminantemente retirar los restos de los parientes nuestros que reposaban en el mausoleo del Cementerio de Armenia, porque los terrenos iban a ser dedicados a la construcción de una central de transporte.


La lectura de nuestros archivos nos conmovió hondamente, porque ellos indican elocuentemente que este panteón es, antes que todo, un verdadero monumento a la libertad de conciencia. Fue así como tomamos la resolución definitiva de la reconstrucción. Además necesitábamos el panteón para trasladar los restos de nuestros seres queridos.


Esta reconstrucción la iniciamos por allá en el año 72. Vale la pena destacar la colaboración eficiente y generosa del ingeniero Héctor Jaramillo Botero y del arquitecto Eduardo Burgos Uribe. Gracias a la entusiasta, decidida y generosa colaboración de estos profesionales, fue posible adelantar con éxito las obras de reconstrucción. El doctor Burgos, además de aplicarle su brillante técnica de arquitecto, se ha entregado a la obra con amor. También debo mencionar la actitud del maestro Leonidas Méndez Vera, quien construyó el nuevo busto del doctor Antonio José Restrepo y otras obras de arte del panteón.


En esta ocasión no fue necesario, como en la década de los veinte, apelar a los bazares y a las donaciones para adelantar la reconstrucción. Nuestras condiciones económicas eran ahora diferentes, comparadas con el pasado. Fue así como sentimos inmensa satisfacción patriótica invirtiendo nuestros ahorros en esta obra, que como dije al principio, más que un panteón laico, es un monumento a la libertad y al amor, que se levanta en el corazón del Quindío, a la manera de una inmensa atalaya, que surge por encima de la Cordillera Central, irradiando aires de libertad a los veintiocho millones de Colombianos.


No tuve el honor de nacer en esta generosa tierra quindiana, tan pródiga en café, plátano y agricultura en general, como aires de libertad y en gentes de bien. Pero desde ya le tengo donadas mis cenizas para mejor abono a la libertad.


Fuente: Cementerio Libre de Circasia, Monumento a la Libertado, la Tolerancia y el Amor, 1983.


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